Problemas sociales

 Por Carlos Bernardo González Pecotche, revista “Logosofía” N° 13, enero de 1942

Uno de los problemas que más han preocupado y preocupan a gobiernos, estadistas y hombres de estudio, es el de la situación económica del empleado y del obrero.

El gobierno de nuestro país busca orientar la solución hacia el ahorro, y últimamente ha sancionado un proyecto de ley de préstamos a los empleados que atendieran una repartición del Banco de la Nación. Pero, aun cuando crin ello se creyese aliviar la creciente dificultad económica al trabajador de escritorio, de la industria y el comercio, fundando grandes instituciones destinadas a su estímulo, nada se logrará si el mal no trata de curarse eliminando las causas que lo provocan.

A nuestro juicio, el problema debe encararse desde el punto de vista de la administración individual de los haberes.

La mayoría gasta cuanto tiene y aun lo que no tiene, sin llevar el menor control de sus posibilidades ni de sus expendios. Esto ocurre porque de todo se enseña al hombre en su juventud, menos a saber administrarse a sí mismo. ¿Cómo puede, entonces, manejar inteligentemente su sueldo o jornal y cubrir honestamente sus necesidades sin tener que recurrir a medios que en vez de solucionar gravan más su situación?

El hombre apremiado por las deudas, difícilmente coordina su pensamiento sobre la base de un reajuste de su conducta o su manera de pensar. Generalmente confía en el azar o busca que otros le resuelvan sus necesidades.

Estimamos que deberían crearse cursos especiales destinados a proporcionar a la inteligencia del empleado u obrero las normas a seguir para organizar las economías domésticas. Nadie ignora que los salones de cine y teatro, los ambientes de diversiones, los clubs, los restaurantes y cafés, están siempre llenos de empleados y obreros.

Habría, pues, que enseñar con decidido empeño la forma de administrar los propios haberes. Los excesos son los que desequilibran el presupuesto.

A propósito, es bueno recordar lo que hemos observado en alguna gente trabajadora, del extranjero. Si el sueldo que recibe es, supongamos, de ciento sesenta pesos, indefectiblemente coloca sesenta en el Banco y vive con el resto, haciendo de cuenta que ése es su sueldo. Todo aumento de los haberes es para satisfacer sus necesidades, pero aquello que todos los meses destina previsoramente, es para ella algo sagrado y bajo ningún concepto modifica ese criterio, tanto que cuando se le oye hablar de sus entradas, manifiesta que son de cien pesos, por ejemplo, y no ciento sesenta. Luego de. un cierto tiempo la vemos dueña de un terreno, y más allá, edifica su casita.

En el obrero o empleado nacido en el país, sucede lo contrario. Si gana ciento sesenta pesos gasta sesenta más, pues jamás le alcanza para sus necesidades. Prueba evidente es ello, de que no sabe arreglar su situación económica conforme a sus posibilidades.

La estadística de quebrantos económicos de este tipo de trabajadores demuestra que la mayoría son consecuencia del abultamiento de gastos superfluos, y los menos,  por desgracias familiares.

Se ha de tener también presente, que siempre se ha creído que a medida que el jornal o el sueldo aumenta, el favorecido debe aparentar ante sus relaciones un género de vida más pomposo. Este es otro error que luego tiene que purgarse corrido por los apremios.

Conceptuamos, pues, que no existe el sentido de la verdadera ubicación en el criterio de cada uno; por lo tanto, pensamos cuán urgente es instruir al obrero y empleado sobre cómo puede y debe financiar sus recursos, a fin de que éstos le sean suficientes y aun excedan a sus necesidades.

De no llamarse a la realidad a quienes constantemente se quejan de sus salarios, continuarán produciéndose las inevitables exigencias y reclamaciones de aumento de jornal o sueldo, con sus posibles derivaciones en huelgas o malos cumplimientos.

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